Cristina Martínez

Estas líneas se escriben en los días en los que se recuerda la liberación de Badajoz de las tropas invasoras en aquello que llaman las Guerras Napoleónicas. Cuentan las crónicas que tras el asedio inglés, la ciudad se convirtió en un río de sangre y que de entre aquellas aguas rojas apareció la figura menuda de una mujer que llegó al campamento sajón asustada, atemorizada, horrorizada.

Esa mujer fue Juanita Smith. Su historia es fascinante. Nuestros hermanos del Consejo Lusitano la sacaron a relucir antes (mucho antes) de que se pusiera de moda. Junto a ella, descubrimos un día en la Lusipedia un título que reza Las Hijas del Asedio.

Las Hijas del Asedio son la propia Juanita Smith, la poetisa de Vila Viçosa Florbela Espanca, que acabó con su vida de sobredosis de barbitúricos, pero sobre todo de sobredosis de desamor, la actriz y cantante montijana Elvira Quintana, la apasionante Avy Lee Roth, a quien aquí conocemos como Purificación Navia, la cantante de Almendralejo que viajó a Estados Unidos para convertirse en una estrella del cine porno, después de hacerse pasar por la hija secreta del cantante de Van Halen, y una tal Cristina Martínez. Es decir, un grupo de esas mujeres extremeñas (extensible al alma alentejana) que poseen el gen de la aventura, de la incertidumbre, de la inquietud, del dolor, de la seducción.

De Avy Lee Roth hablaremos algún día en estas crónicas, porque su periplo vital, artístico y conceptual no tiene desperdicio.

Cristina Martínez. De cómo el Consejo Lusitano dio con su nombre, nunca lo sabremos. Eso es un misterio que ellos guardan en lo más recóndito de sus estudios y de sus bases de datos, que ríete tú de la NASA o de la antigua Stasi.

Cristina Martínez abandonó su paisaje fundacional para emprender un viaje en el tiempo, en las formas y en los espacios. Aún hay quien la recuerda en Campanario, en el horizonte inmenso de La Serena. Hermosa, hermosísima como la montijana Elvira Quintana o la también bellísima Florbela.

Receso. Cuando conocimos su origen, lo primero que hicimos fue contactar con otro ilustre campanariense. Javier Escudero. Sí, el robot que está detrás de Scud Hero.

Sí, claro, es de mi pueblo. Va por allí de vez en cuando. Muy de vez en cuando. No hace mucho estuvo en una boda y coincidió con mi hermano y se interesó por mis proyectos.

No es fácil contactar con ella. Intentadlo. A ver si tenéis suerte.

A mediados de los años 80 del pasado siglo nos la encontramos en Washington D.C. Aquí empieza la leyenda.

Cuentan las crónicas que en 1985, durante un concierto de la banda Jesus & Mary Chain, conoce a un tal Jon Spencer.

Eran días viscosos. De alambre. De crestas. De ruido, mucho ruido. De guitarras sucias. De música en los garajes.

El tal Jon Spencer toca en grupos de sótano. Underground se dice. Downtown se llama.

Cristina Martínez es ya una joven viajada y “bruseleada”. Forma parte del engranaje salvaje de la ciudad.

De la misma forma que la dulce Juanita Smith seduce con su tragedia pacense al teniente inglés Smith, y acaba dando su nombre a una ciudad en Sudáfrica, o Elvira Quintana ahoga las penas de la guerra en Montijo cantándole al amor en tierras mejicanas, Cristina Martínez y Jon Spencer comienzan una aventura comunal que ya forma parte de la memoria más oscura del rock global.

Pussy Galore, Honeymoon Killers o Boss Hog conforman un esotérico círculo para iniciados en eso que algunos denominan el Trash Rock neoyorkino.

Volvemos a hablar de las guitarras sucias, casi destempladas, de los mensajes disconformes, de la esencia punk, en suma.

Son muchas las etiquetas que los críticos aplican a esta forma de hacer canciones, a este estilo de ver la vida. Garaje. Blues Punk. Rock Alternativo. Rock esquizoide.

Sea como fuera nuestra Cristina se convirtió en un icono de los bajos fondos musicales neoyorkinos, y por extensión, europeos.

Su imágenes desnudas en las carátulas de los discos, o en los conciertos vestida de látex la hicieron protagonista de muchos sueños de cuero y electricidad radiante.

En Boss Hog deslumbró. Las enciclopedias cuentan que la banda se fundó en Nueva York allá por 1989. Detrás, crecen los efluvios punk del club CBGB, las noches intensas y ruidosas de Manhattan, el punk sucio y los malos hábitos.

Pero lo que no suelen contar las enciclopedias es que delante de Boss Hog estuvo nuestra Cristina Martínez. Junto con el hiperactivo Jon Spencer dieron forma a un proyecto salvaje, sin concesiones y de auténtico culto. Vanguardia en el downtown neoyorquino.

En 1990 publicaron su primer trabajo de estudio, Colds Hands, al que los críticos catalogan como un disco de Punk Blues. Otros hablan de garaje punk. En todo caso es un fiel reflejo del espíritu Martínez, quien tanto gustaba de aparecer desnuda en las portadas convirtiéndose, de esta forma, en un auténtico icono “trash”.

Los siguientes trabajos van refinando su sonido. Boss Hog (1995) y Whiteout (2000) escriben la evolución estética de la pareja Spencer-Martínez que les abren mercados sin alejarse de ese espíritu y vocación de garaje.

Dicen que la banda suspendió las actividades en 2001.

Nos queda el recuerdo de una joven de La Serena que un día volvió a Extremadura para casarse de blanco y por la iglesia, y que, aún, con cierto acento guiri, vuelve de vez en cuando a los paisajes inmensos de nuestra casa. ¿Alguien guarda fotos de ese día?

No, de momento no hemos dado con ella. Pero lo conseguiremos.

Sabemos que en 2010, y después de un tiempo casi retirada, la volvemos a encontrar en un proyecto inquieto, cómo no. Amsterdam es el centro de operaciones, y en él se mezclan el hip hop, la electrónica y el bronceado ecléctico y subversivo de la pareja Martínez & Spencer. Es Amsterdam Throwdown King Street Showdown, y está firmado por Solex (una estrambótica artista holandesa, heroína de la electrónica, que responde al nombre de Elisabeth Esselink) y por nuestra pareja de novios casados en Campanario.

Sabemos también que en este 2012, Jon ha reunido de nuevo a su Jon Spencer Blues Explosion y que anda de gira por media Europa desplegando esa rabia de creación y destrucción que nació con Pussy Galore. No sabemos si nuestra Cristina anda por ahí. No aparece en los créditos. Pero andamos tras su pista, tras su huella, como en las películas de James Bond.

Qué curiosa coincidencia. En el clan Bond uno de los personajes femeninos y más conocidos se llama Pussy Galore, como el primer proyecto en el que Cristina Martínez comenzó a forjar una forma de entender el espectáculo y el arte. Su propia vida.

En Cantarrana podrás encontrar extractos de los nombres asociados a Cristina Martínez. De los propios Pussy Galore, de ese rito oculto que fueron Honeymoon Killers o de los suburbanos Boss Hog. Esperamos algún día poder decir que toda su obra está en nuestros condominios, y que ella nos ha prestado su mano para que esto sea posible. Ese día estará al alcance de todos uno de los capítulos musicales y artísticos más emocionantes de nuestra historia del rock, que por esos avatares de la vida, mantiene conexiones secretas con allende los mares subterráneos de Nueva York.

P.D. Las imágenes que acompañan e ilustran esta crónica han sido extraídas de lugares comunes asociados a su figura, tales como las carátulas de sus discos o fotografías promocionales.

Este texto vio por primera vez la luz en La Carne Magazine, en su número 11, correspondiente a mayo de 2012.