The Wish y los autos de choque

La más tierna adolescencia. La de los años 70, en este caso. Extremadura, Estación Rural. Llegaba la feria y con ella, los autos de choque. Plaza de la Iglesia. En las esquinas de la pista de los coches chocones, de color negro mate, altavoces más altos que esa entrañable adolescencia. Y cuando se acercaba la noche, música, mucha música y mucho volumen que tapaba las cintas de cassette del tiovivo y de la caseta de las escopetas trucadas y el turrón de Castuera.



En esos momentos uno no hacía balance. Pero el lugar donde más alto llegó a escuchar música fueron esos altavoces de los autos de choque. Ni siquiera la orquesta de la verbena podía competir con el estribillo de la canción de Rod Stewart. ¿De dónde llegaba la pista a nuestra feria? Nunca lo supimos. ¿De dónde traían esa música? Jamás lo preguntamos. Tontos que fuimos.

Entre los años 1971 y 1979 se hicieron populares canciones como The Ballroom Blitz, que aquí la conocimos como Jaleo en el Salón de Baile, o algo así; Fox On The Run, sí, aquella que a veces salía en la radio a pilas con el título de Allá va el zorro; Sugar Baby Love, la que todos tatareábamos intentando imitar el falsete del uh, uh, uh que se pegó a nuestros oídos durante, al menos, dos veranos (piensa que en la más tierna adolescencia las canciones duraban más tiempo en nuestros bolsillos de los recuerdos); Superman (no te equivoques, no es la que estás pensando), y por supuesto la inevitable Do Ya Think I'm Sexy?

Mientras saltaban chispas en la alambrada del techo y te dabas mamporros frontales con quien se interpusiera en tu camino, recorrías las cuatro esquinas de la pista para ir desbrozando los sonidos de esas canciones repletas de órganos, guitarras eléctricas y melodías definitivas.

Luego con el tiempo averiguas que detrás de aquellos soniquetes estaban nombres como The Sweet, un grupo que comenzó en un laboratorio y que más tarde se desmelenó y acampanó sus pantalones, Rubettes, unos tipos que llevaban como seña de identidad una gorras muy London, Rod Stewart, un gañán de orígenes escoceses que gustaba del fútbol y que lucía un color de pelo imposible, o The Kinks, una banda inglesa que abrazó, durante gran parte de su carrera, una forma de hacer rock que le acercaba al Music Hall, al teatro, a la Vieja Europa, en fin.

El sentido escénico de todos ellos los unía en un paquete en el que convivían el glam, la afectación, el drama y, por supuesto, las ganas de bailar y brincar. Vamos, eso que llamamos hedonismo puro y duro. Cada tres meses se abría una discoteca nueva en la comarca.

Esas canciones se quedaron impregnadas en la Plaza de la Iglesia y en la calle de las emociones y de los recuerdos pre-juveniles como una presencia del más allá.

El 28 de enero de este 2012 que puede que sea el último, a eso de las once de la noche las ventanas de esa calle se volvieron a abrir.

Sí, ya sabemos que el objetivo de estas Crónicas del Paseo Marítimo es rastrear en el pasado de nuestra música popular, de huir de lo obvio, de rebuscar refugios a prueba de los cataclismos del olvido. Estas crónicas no se plantearon para hacer reseñas de conciertos. Ya hay quien se ocupa de ello, y no tenéis que venir ahora a desencajar la estructura de este nuestro magazine carnal.

Vale, pero entiéndenos tú a nosotros. El concierto de The Wish no es una reseña ni una crítica. Es un rito purificador, catártico. Un viaje al tiempo de los autos de choque. ¿Cómo? ¿Los estás llamando antiguos?

Cuando se escriben estas líneas acaban de sacar disco. Lo presentaron en Badajoz ese 28 de enero en la Sala Doré, sí, nuestra Sala Aftasí de toda la vida, ahora rebautizada con un nombre innecesario.

Deslumbrantes. Este adjetivo ya lo hemos usado otras veces para hablar de The Wish. Ya casi todos saben que comenzaron el concierto dando buena cuenta del nuevo disco. Ya casi todos conocen que en la segunda parte recordaron los temas que tienen publicados en The Monster in me (2008) y en Rev (2009), y que, claro, no faltaron grandes himnos como My Simple Wish o Love is wrong, y que invitaron a sus amigos de Burgim o Cajón de Sastre a compartir el escenario.

Decir que el concierto fue un lujo lo sabe quien asistió. Que el sonido del nuestro Manolo fue impecable, aún con alguna anecdótica sobresaturación, que las luces del nuestro Vicente envolvieron la música en un halo casi litúrgico, casi teatral (Vicente, amigo, a ver si la próxima vez iluminas algo más al bajista que apenas se le veía. Ya lo sé, pero es que se extendieron mucho en el escenario), que los wishpers estuvieron fantásticos aunque el batería perdiera el hilo en alguna contada ocasión, lo sabe quien disfrutó del que probablemente sea ya uno de los conciertos del año que acaba de empezar.

Pero esta crónica no es para el concierto, ni para el disco, ni para hablar de la trayectoria del grupo. Es para rescatar emociones.

Y es que cuando uno escucha Black Smoke o Too many octobers o Entertaining us o Think about you, inevitablemente evoca aquellas músicas luminosas aunque las escuchara de noche junto a la fachada posterior de la iglesia mientras, desde el ayuntamiento, algún osado concejal encendía la mecha de los cohetes que convertían en día el cielo estrellado de la comarca.

Y es que cuando uno escucha esas armonías vocales, esos coros discretos pero efectivos, y sobre todo elegantes, no tiene por menos que evocar los ejercicios de valentía que hacíamos al intentar imitar en un inglés de Badajoz los estribillos del futbolero escocés o de los hermanos teatreros, los Davies.

Y es que cuando uno los ve actuar en la Sala Aftasí, un espacio tan maravilloso para el rock que se acerca a los escenarios teatrales, irremediablemente le llevan a esos maquillajes imposibles de los Kinks en sus aventuras parisinas por los caminos del cabaret y del Music Hall.

Ya, pero los Wish iban de lo más casual. Nada de maquillajes, nada de máscaras. Ya, pero ¿para qué está la imaginación?

Ya, pero los Wish nunca han mencionado entre sus referencias la exquisita etapa teatral de los Kinks. Si acaso, ellos han hablado de su devoción por The Killers, que además ni siquiera son europeos.

Qué curiosa coincidencia. Cuentan las crónicas que en 2010 Ray Davies, el alma y el pesado del grupo, puso en marcha un proyecto para recordar los temas definitivos de los Kinks interpretados por otras bandas. Una de las que eligió fue The Killers. ¿Por qué sería?

¿Entonces los estás llamando antiguos? No, los estoy llamando deslumbrantes, como los cohetes que iluminaban la noche de nuestras ferias de aquella tierna adolescencia, mientras los autos de choque se daban trompazos frente a las faldas largas de las mises de nuestra patrona, la santa música que nos vio crecer. Será por eso por lo que nos gustan tanto.

P.D. En Radio Abisina aparece una serie a la que en su momento bautizamos como Música para los autos de choque. En ella puedes escuchar temas de Lich, Coup de Soup, Nude o Balas de Talco. La serie está presidida, desde el inicio de nuestro proyecto cantarranero, por The Wish y su Think about you. Juanillo, es posible que ahora entiendas por qué.

Este texto vio por primera vez la luz en La Carne Magazine, en su número 10, correspondiente a marzo de 2012.

Las fotografías del collage que ilustra este texto son de Dr. Barmacéutiko (Alfonso Valle). Puedes ver parte de su gran trabajo en Cantarrana Tevé.